Unos meses después de una crisis de dólares, Bolivia ha entrado en una crisis de gas. El Gobierno de La Paz anunció que sus reservas del combustible van camino de agotarse en cuatro años. Así, sus exportaciones a Brasil y Argentina, las mayores de su economía, empiezan a reducirse. Si no aparece más gas, el país tendrá que pasar a importar en el 2029.
Ahora ha comenzado una guerra de acusaciones entre el presidente Luis Arce y Evo Morales, sobre cuándo y por qué se interrumpió la búsqueda de yacimientos gasíferos. Se decía que el país podría consumir gas durante un siglo sin renovar sus reservas, pero el ritmo de las exportaciones terminó negando esa perspectiva de tranquilidad y bonanza.
Pronto Bolivia va a tener que salir a pedir dinero prestado, al mercado de capitales o al FMI, donde su cliente Argentina ya es caserito. Pero en ambos casos se reclamará garantías de pago, lo cual a su vez demandaría estabilidad política. Esta última se está disipando en estos tiempos, y eso puede empeorar.
A primera vista la crisis boliviana parece una buena noticia para el Perú. Desaparece un competidor (que ha estado vendiendo balones a buen precio de este lado de la frontera) y llega un potencial cliente para nuestro gas, si lográramos hacérselo llegar. Pero los especialistas sugieren que nuestra situación no es tan distinta de la boliviana.
El Perú tiene reservas, pero su extracción da ajustadamente para nuestros compromisos exportadores y las necesidades de la demanda interna. Puestos en esa situación, hoy no tendríamos gas suficiente como para venderle a Bolivia. De modo que estaríamos ante una buena oportunidad, si tuviéramos la manera de poder aprovecharla.
Lo cual nos lleva de vuelta al tema del gasoducto sur-andino, un proyecto enredado en el caso Odebrecht, algo que dificulta su avance. El instrumento de transporte está construido al 35%. Pero para concluir la obra habría que comprar los tubos que tiene la constructora brasileña, una iniciativa políticamente complicada, por decir lo menos.
De modo que la crisis del gas boliviano más que oportunidades de negocios no está aportando algunas lecciones de administración pública. Comenzando por la de no exportar sin antes asegurarse existencias suficientes a futuro.