¿Se puede ser tan mentirosa, cínica y canalla como para atreverse a aparecer en televisión nacional y dirigirse a todo un país con un discurso cargado de falacias? Claro que se puede. En el Perú se puede eso y mucho más. Nos hemos acostumbrado a la prosa apócrifa, al verbo inexacto. El escándalo de una presidenta que recibe de manos de su wayki cariñoso lujosos relojes —según ella— a cambio de nada ha generado más indignación en el extranjero que en nuestro propio Congreso. Aquí, en el mal llamado Palacio Legislativo, no tenemos más que un circo de payasos parlanchines que fungen de fiscalizadores cuando lo único que buscan es sacar el sombrero por debajo de sus escaños para mantenerse en el poder y no soltar esa inmunidad de la que varios se abrazan con tal de no terminar en prisión.
Por menos, mucho menos, cualquier otro presidente hubiera sido llevado a la guillotina. El pedido de vacancia no habría sido una farsa más del grupo liderado por el escurridizo corrupto de Cerrón, sino un hecho real en clara y justa coherencia de lo que Boluarte se encargó de develar mostrando sus enjoyadas muñecas.
Resulta que, mientras todos notábamos los brillos de la jefa de Estado, para el primer ministro tanto lujo pasó desapercibido. Ni siquiera tras la revelación de tamaña denuncia presentada por el periodista Marco Sifuentes, el premier pidió respuestas a su socia política. Al menos, eso dijo. Eso es lo que quiere o quieren hacernos creer.
De pronto, este binomio impresentable conformado por el Gobierno y el Congreso ha interpretado que los ciudadanos no tenemos suficiente masa encefálica, inteligencia, perspicacia ni decencia. Están convencidos de que, mientras la calle no se manifieste, podrán seguir viéndonos la cara de idiotas y convertir sus porquerías en casos fantasmas que cualquier cortina de humo logra desaparecer y mandar al olvido.
Cuán equivocados están. Esta clase política de alcantarilla no entiende que la impotencia que alimentan diariamente con sus fechorías es una bomba de tiempo. Que no hay mal que dure mil años ni Perú que lo resista.
¿Y dónde está la presidenta mientras gobernadores regionales y hasta el dueño de una joyería desfilan por la Comisión de Fiscalización del Parlamento? Sospecho que aterrada en Palacio de Gobierno dando la cara solo a sus ministros y recientemente también a los integrantes de la Mesa Directiva, quienes llegaron hasta su despacho tras la aprobación de la nueva liberación de fondos de las AFP. Es decir, solo se presenta frente a sus cómplices y amigos. Dina Boluarte no solo es incapaz de pedir perdón y renunciar, sino una mitómana confesa que sabe que de esta, con Rolex o sin Rolex, no saldrá bien librada.
Sin temor a equivocarme, estamos ante el escándalo gubernamental más grande de los últimos años. Una jefa de Estado que se ha encargado de escribir la crónica de la que será su propia muerte anunciada. Por torpe, nerviosa o andar muy mal asesorada, la señora Boluarte pareciera que aún no cae en cuenta de la dimensión que ha tomado su seguidilla de falsos mensajes.
Primero, que ella no recibió ningún regalo (y menos un reloj) del cuestionadísimo gobernador regional de Ayacucho, Wilfredo Oscorima. Por el contrario, ella solo usa bijouterie fina marca Unique.
Segundo, que su wayki cariñoso es un amigo que tuvo la enorme generosidad de prestarle un Rolex que ella no dudó en aceptar para representar bien al Perú.
Tercero, que no aceptó que fuese un regalo para no verse en la obligación de declararlo.
Si creíamos que Dina hace rato se había superado a sí misma, con esto no solo ha quedado como una timadora. Bueno fuera. Ella misma se ha autoinculpado admitiendo que aceptó un trueque —encontrando la manera de que nadie se entere—, que no solo era un Rolex, sino también una pulsera marca Bangle de casi 14.000 dólares, y que obviamente nos estafó a todos con el cuento de que —como siempre— la culpa de todo es de esa prensa malvada que no rescata lo bueno de su gestión.
Sí. Una gestión cuya principal responsable se preocupa más por parecerse a la Señora de Sipán, a través de actos que desde ya son calificados por expertos como delitos de cohecho y enriquecimiento ilícito, que por voltear a ver a ese Perú que no sale de la pobreza y donde siete de cada diez personas hoy mismo no tienen qué comer.
Y mientras Wilfredo Oscorima, el gobernador y amigo regalón, ahora guarda silencio enviando a la Fiscalía sus tres relojes Rolex y la finísima pulsera en un sobre manila con su abogado Humberto Abanto, el Congreso pide tibiamente —como quien no quiere comprarse pleito alguno con la jefa— que las investigaciones sigan su curso, pero que, “en aras de la gobernabilidad”, la presidenta concluya sus funciones en el 2026.
Nos han inoculado el mal de la corrupción y pretenden que sobrevivamos dos años más en cuidados intensivos frente a un Gobierno vegetal, al que hace rato se le debió practicar la eutanasia.
Imposible seguir respirando el mismo aire que exhala este séquito de hampones y cómplices de la mafia. No podemos. No lo merecemos. Este virus nos está matando.
De la presidenta no se puede esperar ya nada. Quizás alguna nueva mentira cuando se corrobore cómo se ejecutó el intercambio de favores: “Tú me das los Rolex y yo te transfiero millones para tu región”. Algo que se sabrá más pronto de lo que la propia Dina espera. Y es que no son solo las joyas, sino también deberá transparentar el millón ochocientos mil soles que, según un informe de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), Boluarte fue retirando de cuentas personales y mancomunadas entre los años 2016 y 2022. Antes de llegar a Palacio, cuando era una funcionaria más del Reniec. Época en la que recibía un sueldo de 4.500 soles, que, en el mejor de los casos, y con dos hijos que mantener, le hubiera alcanzado para un bonito Casio.
Lo más triste de todo es que ya ni siquiera tenemos ese equilibrio de poderes que permite la sana supervivencia de una democracia. Esa balanza en la que el Poder Legislativo tiene que ser el contrapeso del Ejecutivo. Donde las funciones de los poderes parten de la autonomía e independencia de las instituciones. Qué va. Si el fujimorismo ya se encargó de aprobar una nueva reforma que, en caso de que reciba luz verde en dos legislaturas con un mínimo de 87 votos, modificará (otra vez) esa constitución a la que hipócritamente rinden pleitesía, logrando que los organismos electorales también sean su chacra.
A este séquito de malhechores, les preocupa más cobrarles la revancha a los que no se prestaron al ridículo juego del supuesto fraude, que reivindicarnos después de tanto insulto, de tanto asalto.
¿Vacar a Dina? Imposible. Por lo menos, hoy ese escenario resulta utópico. Ante el descarado anuncio de la señora Boluarte de seguir ocupando el sillón presidencial dos años más, lo que quedaría es una acción inmediata por parte del Legislativo. Claro, siempre y cuando se tenga una clase política lo suficiente consecuente y digna como para dejar de lado sus intereses personales y pensar en el bien del país. Desgraciadamente, no es el caso. Ese escenario debió darse hace rato, y lo único que ha pasado es que no ha pasado nada. Esta es nuestra nefasta realidad. Esto es lo que se vislumbra desde la platea del teatro en el que nos han metido a la fuerza para ser espectadores de esta triste puesta en escena. Lo más seguro es que no sea el Congreso ni Dina quienes cierren el telón. Lo que es un hecho es que, con Rolex o sin Rolex, la presidenta Boluarte tendrá que rendir cuentas. Ella más que nadie sabe que llegará el día en que las finísimas joyas que una vez adornaron sus muñecas serán reemplazadas por un par de grilletes de los que no podrá librarse fácilmente. A Dina, como a otros inquilinos de Barbadillo, también le llegará la hora.
Fotoilustración: Ricardo Cervera.